sábado, 8 de junio de 2013
Cuatro corazones en un mismo entierro
Tras dejar fuera de combate a un par de magos tenebrosos más y enjaularlos, Gwendolyn sale del interior de la casa en llamas, sin ningún miedo. De nuevo fuera, aprieta los párpados, con gesto gélido y lágrimas resecas maquillando su rostro, sin querer regresar a su casa. Intenta no pensar en lo que ha hecho: sabe que el haber hallado un edificio repleto de mortífagos ha sido un gran golpe, pero a cambio ha asesinado a uno de los oscuros sin pensárselo dos veces; y no es un acto precisamente recompensado dentro del Cuartel General de Aurores.
Se sume durante unos eternos minutos en un estado en el que hacía muchos años que no se encontraba. Sin ser capaz de abrir los ojos y apoyándose en un árbol cercano, contiene el aliento. Siente que el daño se alza tan grande dentro de ella que no es posible que lo esté viviendo de una forma real.
Vuelve al número cuatro de Queensway, su actual residencia, con un simple gesto de aparición, adentrándose en el salón y volviendo a tapar de forma mecánica los cadáveres de sus padres con la blanca y floreada sábana con la que Kollete Dolohov los transportó, ausente. No es con aquella imagen tan lánguida con la que desea quedarse. Prefiere guardar y atesorar todos los momentos compartidos con ellos de cuando era niña: las barbacoas con los amigos, las vacaciones en la playa, los viajes al extranjero, la música favorita de su padre... Él le enseñó una de sus canciones favoritas: 'Hijo de la luna'.
A pesar de encontrarse en un estado casi catatónico logra realizar todos los movimientos de forma metódica: no parece ella. Habitualmente es impulsiva y casi histérica en situaciones similares. Utilizando otro encantamiento convocador, se hace con la medalla en forma de corazón que una vez le regaló su ex-novio Pierre, observándola con detenimiento. La piedra azul del centro brilla con la misma frialdad que padece ella en ese preciso instante.
Se guarda la alhaja en el bolsillo del pantalón, y con la misma expresión de firmeza que ha mantenido durante todo el tiempo, dobla las rodillas, acuclillándose, y agarra a sus padres por las piernas, aferrándose a ellos con fuerza. Con la varita mágica aún en la mano, les hace aparecer en Playa Praia, un lugar en el que está segura de que encontrarán paz.
- Wingardium leviosa... -Susurra, haciendo levitar los cuerpos de sus padres al tiempo que camina hacia una profunda cueva cercana, accesible a pie.
Playa Praia a Mare es una costa de Calabria que la muchacha siempre ha adorado por lo oculta y solitaria que suele estar y por los secretos que se pueden descubrir en sus cuevas. Más de una vez ha paseado por ella y ha disfrutado de la ardiente gravilla, que se le clavaba de forma directa en las plantas de los pies. Y aquel ha sido el primer sitio en el que ha pensado para despedir a sus padres, sin pensárselo dos veces, como si supiera de antemano lo que debía hacer.
En cuanto se interna en la cueva, convierte dos sendas rocas en dos imponentes barcas, y ella misma coloca a sus padres en el interior con cuidado, separándoles sin utilizar la magia. Saca el colgante del fallecido Pierre y une las embarcaciones con él gracias a un sencillo encantamiento, empujándolas hacia el mar. Siente el contraste del frío del agua con la calidez de la sangre, pero se mantiene en el sitio, grabando una frase a golpe de varita en la madera de los improvisados ataúdes: "Eram quod es, eris quod sum".
- Incendio... -Consigue articular el hechizo casi sin voz, rota, observando cómo las embarcaciones salen de la cueva, temblando de forma incontrolable de nuevo.
La desfallecida auror retrocede un par de pasos y se deja caer sobre el suelo de golpe. Rompe a llorar cuando ve cómo los pequeños botes avanzan hacia el infinito horizonte, con el atardecer como fondo. Se tumba sobre la arena, ida, mirando las rocas del techo de la cueva, pasando así el resto de horas de la noche, sin querer moverse, casi sin sentir la bajada de temperatura que transmite el agua en la oscuridad. Siente que ella es la culpable de todo, que debe purgar por todo lo acontecido, y que no merece estar al lado de nadie. Los segundos se transforman en minutos, los minutos en horas, y las horas, en una eternidad.
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