domingo, 30 de junio de 2013

Colores secundarios


Se dice que el rojo es el color de los osados, de los que lo dan todo por sus ideales. Bermejo. Escarlata. Carmesí. Rubí. Demasiados nombres para un solo color. Un tono del que Gwendolyn no es capaz de desprender la mirada. El rojo simboliza sustantivos benignos: amor, pasión. Pero también malvados: sufrimiento, sangre.

El rojo es rojo porque se originó así. Un color tan intenso como la voluntad de un Gryffindor. Y el azul, para ella, es azul porque no pudo ser rojo. Como el fuerte carácter de un Ravenclaw.

Rojo y azul. Azul y rojo. Si se juntan, puede dar lugar a cualquier cosa, incluso a la ausencia de tono. Pero el negro tiene un gran problema: absorbe las virtudes, deja escapar los defectos y se come el color. Y con la oscuridad, mueren las emociones.

sábado, 29 de junio de 2013

Recuerdos negros


- Accio fotografía. -Gwendolyn atrae hacia así el recuerdo impreso, describiendo un esbelto movimiento de varita, tomando el objeto entre sus manos y contemplándolo con tristeza. Su gesto se torna taciturno al fijar su verde mirada en los grisáceos ojos que la observan desde la fotografía. 

Pierre describe la misma sonrisa risueña de siempre, con la que parecía gritarle "tranquila, todo irá bien". Sin embargo, nada lo hacía. Guarda la instantánea sin movimiento en el fondo de su bolsillo, queriendo que le acompañe en el viaje, como siempre ha sido.

Se aparece en Fiesole, una pequeña ciudad que se encuentra a ocho kilómetros de Florencia, y desde donde se percibe la segunda ciudad. Asciende una colina que sale del pueblo de origen etrusco; una de tantas para muchos, pero una especial para ella.

Gira sobre sí misma cuando casi alcanza la cima de aquella antiquísima loma, observando la ciudad que ama al fondo, bajo la luz de la luna. La cúpula de la catedral de Florencia parecía compartir y entender su secreto, su dolor, su desesperanza, y al mismo tiempo, su esperanza. Se sienta en medio de la espesura que puebla la colina, a tientas, a solas, y bajo el único amparo de las estrellas.

El cielo está despejado, y no necesita sacar la fotografía del hombre que una vez amó para hablar con él, para hacerse escuchar. En ese mismo lugar había sido donde ella misma había esparcido sus cenizas tras su asesinato a manos de los mortífagos, y es en ese lugar exacto donde siempre se siente en consonancia y en armonía con él.

- Buenas noches... -Le saluda con una amarga sonrisa. De algún modo, tiene la sensación de que él aún se encuentra allí, aunque para ella realmente nunca se ha marchado- ... Es gracioso, porque creo que he venido aquí a contestarme algo a lo que sé qué responderías... -Alza la mirada al cielo mientras habla y niega con la cabeza, confusa.

- Es como si yo te conociera a ti más de lo que me he conocido yo nunca... Y como si tú me hubieras comprendido más de lo que yo me he entendido jamás... -Continúa hablando con él al tiempo que consigo misma. Se tumba despacio sobre la hierba y cruza ambas manos detrás de la cabeza, pensativa, con la vista fija en una estrella.

- ¿Y si me equivoco, Pierre? -Susurra al aire, dejando que la brisa nocturna le revuelva el pelo y le azote el rostro- ¿Y si el amor no vale? -La lejana luz de la estrella, que debía ser calurosa y abrasadora en algún otro lugar, se le antoja fría y distante a ella en ese espacio.


- A ti te quería... Y mira cómo ha acabado todo... -Se reprocha el transcurso de la historia con infinita pena y desconsuelo- Y sé lo que me dirías... "no te culpes, hoyuelos... lo primero que debes hacer es perdonarte a ti misma..." -Sonríe melancólica.

- "Hoyuelos". -Le brota una solitaria lágrima de los ojos al recordar el mote por el que la trataba, debido a la forma que adquirían sus mejillas al sonreír. Deja que la salada gota encuentre el camino en su pómulo y muera describiendo los límites de sus facciones. Con el pecho oprimido y la glacial luminiscencia del astro reflejada en sus pupilas, cierra los ojos y aprieta los párpados.

- "Nadie podrá perdonarte hasta que no lo hagas tú misma..." -Repite las palabras que él le dijo una vez- Te necesito a mi lado... Te necesito aquí, de nuevo... No puedo seguir con esto sola... -Sigue dialogando con la cara alzada hacia el oscuro firmamento- ¿Y si me equivoco...? ¿Y si varias personas salen heridas por continuar adelante con algo que está abocado a acabar mal? ¿Y si no es suficiente con querer...? -Expresa sus preocupaciones con evidente aflicción y desconsuelo, aunque debatiendo en voz baja.

- También sé lo que me dirías... "quien no arriesga, no gana". Pero es que esta vez pongo demasiado en riesgo. A muchas personas... -Nota como la brújula de su instinto regresa a su sitio, orientándola. De repente, sabe exactamente qué hacer, qué decir, y cómo actuar.

Al dejar escapar esos pensamientos, que llevaban creándole insomnio desde hace días, en voz alta y con voz queda, vuelve a sentir paz. Se incorpora, quedando sentada y levantando la punta de la nariz hacia el cielo, aspirando con fuerza el aire, queriendo sentir el viento.

- Aún parece que huele a ti... -Llena de forma desesperada los pulmones de oxígeno, intentando colmarlos, como si fuese la última vez. Con el cabello completamente echado hacia atrás y los ojos vidriosos, se despide- Te veré pronto. Si no es aquí... será en el más allá.

Siempre ha sido reacia a decir adiós, por lo que decide partir con una sencilla y sincera bienvenida, sin querer sentir más dolor. Sin más dilación, y sin querer alargar la espera por si Nefarus regresase esa noche, vuelve a casa, a su ahora hogar.

'V de Vendetta'


"He visto con mis propios ojos el poder de los ideales. He visto a gente matar por ellos y morir por defenderlos. No se puede besar un ideal, ni tocarlo o cazarlo; los ideales no sangran, no sufren, y tampoco aman.

Pero yo no echo de menos un ideal, echo de menos un hombre."

jueves, 27 de junio de 2013

Entre la pasión y la locura

- Qué prisas por beber... de saberlo, te habría dicho de ir a Las Tres Escobas. -Bromea Gwendolyn tras observar la velocidad con la que su pareja se ha bebido la cerveza, quitándole el envase de cristal vacío. Se apoya sobre sus hombros para abrazarle la cintura con las piernas, quedando colgada cual koala, con cuidado de no tocar las heridas que le provocó la mantícora durante el fin de semana.

- Hoy me bebo todas las reservas de cualquier lugar. -Sonríe ladino, agarrando los muslos de la chica para sostenerla mejor.

- Deja de tentarme... -Le devuelve la sonrisa, con lujuria, sintiendo cómo los músculos de las piernas se le contraen al pensarlo.

- ¿Yo? -Baja la mirada durante un segundo a sus labios y humedece los propios- No te he tentado en ningún momento.

- Yo no diría eso... -Busca su boca, bajando el rostro hacia él, uniéndolos y quedando abrazada a su cintura y a su cuello.

- Estás muy cariñosa hoy, ¿no? -Susurra sobre los labios ajenos, dejando un pequeño mordisco sobre el inferior.

- ¿Y eso es malo? Si quieres puedo ser borde. -Murmura cercana mientras se aferra un poco más para izarse al sentir que se resbala.

Nefarus la aupa y da un par de pasos hasta la encimera, sentándola sobre ella y apoyando las manos sobre ésta, a ambos lados de su cuerpo. No le faltan ganas de empezar un nuevo encuentro, pero siente el recuerdo del último intento fallido de placer y guarda silencio.

- Vamos... no me puedes evitar siempre... -La muchacha parece entender lo que le pasa por la cabeza e intenta argumentar tras posar el dedo índice de su mano derecha sobre los labios ajenos, recorriéndolos con la yema, de forma pausada y con un brillo de deseo en los ojos. Al sentir un punto de apoyo, le suelta el cuello, quedando aún unida a sus caderas. Sin saber qué más decir, toma la mano del pocionero y la dirige con calma hacia su vientre, levantándose un poco la camiseta. 

- Lo sé... Pero no eres tú la que se hace demasiado vieja. -Deja la mano sobre el vientre de Gwendolyn, acariciando su piel con el dedo pulgar.

- Fue un mal día. Yo también los tengo, ¿sabes...? Y si con treinta te consideras viejo... -Asciende las caricias situando su mano sobre la de él, desde el abdomen hasta el pecho, sin prisas, a pesar de las ganas. Aguanta un gemido cuando la mano de él llega al destino final, por debajo de la prenda.

- Camino de los cuarenta... -Murmura mirando a sus ojos apenado, atento con los cinco sentidos a su iniciativa.

- Yo a eso lo llamo madurito sexy... -Susurra de forma embaucadora, tentándole e intentando hacerle despertar. Odia ver ese destello de pesar en sus ojos- Vamos, amor...

Tras dejar escapar un suspiro, Nefarus se acerca a sus labios para besarlos suavemente y comienza a acariciarle el pecho por voluntad propia. Ve como ella se deshace con rapidez de la camiseta, provocando que el cabello le caiga desordenado por el torso, y reclinándose hacia atrás con aire dócil para facilitarle las caricias. El artesano lleva ambas manos a su espalda, hacia el cierre del sujetador. Lo abre dejando que caiga solo rodando por su piel, sin dejar de besarla.

La auror no permite que el beso se pierda, dedicándose a la tibia lucha que libra su lengua e intentando relajar los sentidos sin éxito; mientras que él baja las manos hasta sus caderas. Se separa un instante y la mira a los ojos en silencio, sin añadir nada.

La muchacha siente cómo una extraña y eléctrica sensación recorre su cuerpo, con esas pupilas azules clavadas en ella, como si quisieran traspasarla clavándosele en el alma. Se detiene el tiempo, pero no para ella, que comienza a desabotonarse el pantalón con bastante tino.

El pocionero se quita la camiseta aprovechando la pausa y vuelve a acercarse a ella, dejando que sea quien dirija en esa ocasión. La respuesta llega afanada a sus labios de nuevo, fundiéndoles en un profundo beso. La joven traza caricias por su pecho, dibujando su forma como si saliera de su mano, de forma lenta hasta alcanzar su cintura y desabrocharle el pantalón.

Él lleva los labios a su cuello y las manos a su espalda, buscando conseguir la excitación que le falta mediante el placer de la misma Gwendolyn, quien siente cómo los latidos del corazón se acrecientan. A su vez, deja escapar un imperceptible gemido, notando cómo los músculos se tensan de placer. Estira el cuello para facilitar el contacto y cierra los ojos.

Nefarus coge sus manos y las baja sobre su propio torso desnudo hasta el borde de los vaqueros sin dejar de besarle el cuello intensamente. Vuelve a colocar los labios sobre los ajenos y baja a la joven de la encimera para quitarle los pantalones.

La muchacha tiene cuidado de no dañar aún más las heridas que él ya tiene, jugueteando con las uñas sobre su piel al llegar al bajo vientre, sin marcarle y dejándole sin ropa, visiblemente ansiosa. Al mismo tiempo, siente caer su propia prenda, contrayendo el vientre ante la impaciencia que siente, quitándole a él también los pantalones.

El hombre agarra sus caderas y, tras besarla una última vez, le hace dar media vuelta. Aparta su melena de la espalda echándola a un lado y deja un beso en su nuca a la vez que coloca las manos sobre las de ella, apoyándolas con cuidado sobre la encimera. La parte guiada se deja hacer, inclinándose hacia donde él la invita, sintiendo un estremecimiento al notar el beso sobre la nuca y permaneciendo quieta, tranquila, a la espera.

Nefarus lleva la mano izquierda al vientre de la bruja, dejando que se deslice hasta pasar bajo su ropa interior. Por fin nota cómo surgen verdaderas ganas en él. Toma conciencia durante un momento, relajándose y apartando después la ropa que sobra entre sus pieles e introduciéndose en ella lentamente, posando la mano en su vientre para contenerla, disfrutando.

Gwendolyn nota cómo la temperatura del cuerpo le sube sin control al sentir su mano entre los muslos, separándolos para facilitarle el paso, con la respiración alterada. Su cuerpo le pide inmediatez, pero sabe que debe mantenerse sosegada, notando cómo su abdomen se encoge de nuevo, deseoso. Se muerde el labio al percibir la culminación de sentimientos maniatados con su entrada, agarrando con fuerza el borde de la encimera y notando como un ronco jadeo nace de su garganta seguido de un profundo gemido.

El mago pega el pecho a la espalda de la bruja, acompasando los movimientos a la profunda respiración, dejando caer la cabeza sobre su hombro. Ella, como respuesta, coge aire, intentando acompasar la respiración sin éxito, echándose hacia atrás para sentir de forma más intensa el goce e intentando moverse al mismo tiempo que él. Se muerde el labio con fuerza, generando un dulce dolor, y apoya la cabeza también sobre la encimera, entre los brazos y de lado, con los labios entreabiertos, viva imagen del placer que siente en el momento. Comienza a sonrojarse según continúan las arremetidas, sintiéndose cercana al culmen.

Nefarus gime con voz grave, olvidando el fallo sucedido la última vez y llenando los pensamientos con el placer que le ofrece la joven. Cuela los dedos de la mano entre el nacimiento de su pelo en la nuca y deja besos en su espalda para mayor placer mútuo. Ella sucumbe a los espasmos del clímax, expulsando todo el aire que tiene en los pulmones y quedándose completamente inmóvil, sin resuello.

Él llega tras algunas desesperadas embestidas más, notando cómo su cuerpo se libera de toda la tensión acumulada durante la semana. Agarra las manos a la encimera, sosteniendo el cuerpo con los brazos para recuperar el aliento sin echar el peso sobre la muchacha.

Ella le siente finalizar, sin querer moverse, extasiada por el momento. Cierra los ojos con una sonrisa de deleite en los labios y permite que su mano izquierda, aquella que por posición puede ver, busque la de él, encontrándola y entrelazándose.

- Te quiero... -Murmura Gwendolyn con voz ronca, sin levantarse y aún intentando recobrar el aliento.

- Y yo. -Deja un tibio beso en su hombro y se incorpora ya más recuperado. Se retira un poco y se agacha para subirse los pantalones.

Gwendolyn, agotada, se incorpora tras él, aún sintiendo su abrazo. Ella, por el contrario, no se viste, sino que se limita a recoger la ropa del suelo, caminando hacia el dormitorio tras dedicarle una fugaz pero significativa sonrisa, girando el rostro. Nefarus la sigue dejando olvidada la camiseta en el suelo. Al llegar se vuelve a deshacer del pantalón quedando en ropa interior.

- ¿Dormimos? -Interroga al pocionero con expresión complaciente, pero tirándose de inmediato a la cama, sin esperar respuesta, aún sintiendo escalofríos- ¿Ves como eres perfecto...? -Murmura, queriendo encontrar sus ojos.

- "¿Acaso tú tienes fuerzas para otro más?" -Piensa, tumbándose a su lado y correspondiendo su mirada con profundidad.

- Esa mirada sí que me asusta, y más en silencio... -Susurra, agotada, buscando su rostro para dejarle una tierna caricia- ¿Qué te ocurre...? -Evalúa su expresión con detenimiento.

- Nada. -Niega con la cabeza y besa la mano con la que es acariciado- No temas mi mirada, jamás irá contra ti. -Susurra con firmeza.

 - Lo sé... -Asevera ella con rotundidad- Tampoco la mía... -Se cuelga de su cuello, abrazándole y hundiendo el rostro en su pecho- Sabes que me lo puedes contar todo, ¿verdad? -Pregunta, empezando a quedarse dormida.

- Aunque no me creas, y lo comprendo, tú a mí también. -Se le cierran los ojos y comienza a disfrutar de un sueño reparador.

domingo, 23 de junio de 2013

El comienzo del fin


Hoy ha sido mi primera despedida. Y ha sido extraña. No ha habido tristeza, ni melancolía, ni lágrimas. Ni siquiera un simple 'adiós'. Sólo un 'espero que todo te vaya bien, volveremos a coincidir, sino es en este tiempo y en este espacio, será en otro'. 

Una parte de mi desea quedarse. La otra, marcharse. Porque, al fin y al cabo, sé que he exprimido mi experiencia al límite. Que lo único que me queda es la gente. Y he descubierto que he aprendido todo lo que el viaje tenía que enseñarme. Que la preocupación de los primeros años se ha desvanecido. Que no se trataba de encontrar mi espacio, sino de hacer mi lugar. 

Alegrías, fiestas, decepciones, malentendidos, rencores, encuentros... todo parte y sólo resta un buen recuerdo de todos con los que he compartido momentos en algún instante. Con todos he pasado buenos y malos ratos. Y de todos me llevo un consejo, una palabra amable, un abrazo, una lección aprendida o una característica positiva que poner en práctica.

Carta de despedida a Hogwarts. Recuerdo de séptimo curso.

domingo, 9 de junio de 2013

Lágrimas de sangre

- ¿Hola? -El pocionero atraviesa la puerta puerta principal tras abrirla, llaves en mano, preguntándose cómo estará Gwendolyn. Pasa a la entrada y cierra la puerta.

- Estoy en el salón... -Le brota un susurro ronco y roto de la garganta. La muchacha sale de su ensimismamiento al escuchar la grave voz de Nefarus y gira la cabeza hacia el vestíbulo de la casa sin fuerzas para levantarse del sofá.

- Gwen... -Es lo único que se aventura a decir. Una sensación parecida a la náusea y cercana al escalofrío le recorre el esófago al escuchar  su tono de voz: algo va mal. Se adentra por el pasillo hasta desembocar en el salón, encogiéndosele el corazón al verla envuelta en la manta, pareciendo tan indefensa y vulnerable. Se sienta a su lado inclinándose despacio, intentando descifrar qué le ocurre.

- Veo que no sólo me has hecho caso, sino que has vuelto antes de tiempo... -Consigue bromear a duras penas. Le hace sitio, intentando recuperar la voz y esbozar una de sus típicas sonrisas, pero en lugar de eso se le dibuja una extraña y amarga expresión en el rostro.

- Te haré feliz siempre que esté en mi mano. -Sonríe aunque sabe que la muchacha no se encuentra bien. Acaricia su mejilla con el dorso de la mano.

- ¿Ha ido... todo bien? -Murmura, refiriéndose a sus actividades de fin de semana fuera de la tienda de pociones. Cierra los ojos al sentir su caricia, luchando por mantener el gesto impasible.

- De eso ya hablaremos, esta vez te toca a ti dejarte ayudar. -Niega con la cabeza, usando un tono calmado, tranquilizador, íntimo.

- No soy capaz... -Vuelve a controlar el impulso de romper a llorar- ... No puedo decirlo en voz alta... -Siente que de así hacerlo, todo lo vivido se hará real, y prefiere seguir creyendo que ha sido una cruel y caprichosa mala jugada de su mente.

- Ven aquí... -Murmura abriendo los brazos hacia ella. A Nefarus no le gusta verla en ese estado: debe de haber sido algo muy grave.

Al ver su disposición, la auror se acerca despacio, asustadiza, y le abraza, temblando ligeramente al hacerlo y sintiendo que necesitaba aquel gesto de cariño desde la noche anterior. Se le escapa un quejido próximo al llanto que consigue acallar rápidamente.

- Gwendolyn, no tenemos que ser siempre de acero... -Susurra el hombre al escuchar su quejido, deseando que al decírselo de nuevo le haga caso. La aferra hacia sí con los brazos firmes pero sin hacerle daño, apoyando la cabeza sobre la suya.

- Mis padres han... se han ido. -Consigue respirar hondo y decirlo, cerrando los ojos. Deja caer una solitaria lágrima, sabiendo que no la puede ver, tan sola como se siente ella en esos momentos.

- Desahógate. -Le aconseja en un susurro sin dejar de abrazarla. Se queda absorto de que no haya llorado ante tal suceso.

La mente le aconseja a la joven que sea racional, que no lo haga, que llore a solas, como ha hecho siempre, pero no puede aguantar más, y con un nuevo y sentido temblor, le abraza con fuerza, apoyando la cabeza en su hombro y dejando que las lágrimas corran de forma silenciosa por sus mejillas.

- Me quedaré contigo todo el tiempo que haga falta, Gwen. -Susurra tras unos silenciosos minutos, acariciando su pelo en silencio.

- No sé cómo agradecerte todo esto... -Se siente reconfortada por aquella calidez, pero no se atreve a dejar que la vea en aquel estado, por lo que no se gira, y se limita a susurrar.
- No tienes que hacerlo. -Deja un casi imperceptible beso sobre su hombro.

- Pero lo hago... -Según se le va pasando la llantina, aún apoyada en él, se seca el agua salada que le resbala por el rostro con el dorso de la mano, separándose para mirarle- Yo tampoco he actuado bien. Y no sé cuáles van a ser las consecuencias. -Deposita un fugaz beso en sus labios.

- ¿Cuáles fueron esos actos? -El oscuro frunce un poco el ceño ante tus palabras, recibiendo el beso sin cerrar los ojos, con una sonrisa amarga por verla así. Sospecha que algo muy malo ha sucedido.

A su vez, ella agacha la cabeza y se acurruca de nuevo en su pecho, hundiendo el rostro en él, sin querer decir nada más, pero decidiendo hablar de lo último que ella misma hizo.

- Quemar un refugio de mortífagos para hacerles salir, enjaular a dos, que por mí podrían morir allí sin alimento... y matar a un tercero. -Se levanta, y sin ser capaz de mirarle a los ojos según enumera los hechos, coge la manta y se tapa con ella para acercarse a la ventana y mirar por ella- Y lo peor de todo es que no me arrepiento.

- Joder, Gwen... -No le horroriza lo que ha hecho, sino el cómo. Se lleva la mano a la mandíbula y se recuesta en el sofá- ¿Y has informado ya? -La mira esperando que la respuesta sea negativa.

- No, pero voy a hacerlo esta noche o mañana. -Continúa mirando a los muggles pasar por la calle a través del cristal.

- Ni se te ocurra decir la verdad, o no toda al menos. -Él se levanta sin acercarse a ella, con las manos apoyadas en la cintura.

- Nefarus, no voy a mentir al Cuartel. Bastante fallo ha sido no notificar lo que estaba ocurriendo con mis padres y querer llevarlo sola. -Se gira, apoyándose en la pared y afirmando la manta sobre ella al notar que se le resbala- Si lo hubiera hecho, tal vez no... -Le sostiene la mirada con un brillo de culpa en ella.

- Eso da igual Gwendolyn. -Alza un poco el tono, comenzando a enfadarse- Puedes matar a los mortífagos que te de la gana, pero no con tal desmesura y sin recapacitar. -Comienza a pasear por el salón- Encima lo contarás y harás que te despidan... Si es que te echan una mano y no te encierran un tiempo. -Reprocha con absoluta dureza.

- Nefarus Siveentön. -Recobra la compostura al notarle enfadado y tenso, utilizando el nombre sólo para llamar su atención- No he utilizado ninguna maldición imperdonable ni la usaré nunca, así que no hay motivo para encerrarme. Y respecto al despido... Está en manos de Harry, pero no por ello voy a hacer que mi conciencia pese aún más de lo que ya lo hace.

- Di que no mataste a ese mago, o que fue en tu defensa. -Insiste con rabia en la mirada- Tu palabra pesará más que cualquier otra.

- Y dejará de tener peso o valor en cuanto mienta. -Se acerca a él, acariciándole la mejilla- No puedes cambiar mi modo de hacer las cosas, igual que yo no puedo cambiar el tuyo... -Traza una lenta línea con la yema de su dedo en su rostro, disfrutando de él con tranquilidad- No tienes que preocuparte, va a ir todo bien. -Suelta la frase más hacia ella misma que hacia él.
Nefarus aprieta la mandíbula malhumorado y aparta la mirada, aguantando las ganas de apartar el rostro de su contacto también.

Al notar su gesto, la chica se aparta de nuevo hacia la ventana, sin poder culparle por su reacción, en silencio.

- No actúas con sensatez, Gwendolyn. -Se esfuerza por mantener a raya un tono hostil que se muere por salirle de la garganta.

- Y no te quito razón. Ayer actué de forma impulsiva y mal. -Replica cansada, cerrando los ojos para dejar de ver la imagen que le muestra la ventana durante unos instantes.

- ¡¿Es que no ves que lo estás volviendo a hacer?! -Pierde momentáneamente la formalidad- Olvida esa maldita tontería del honor.

- Será mejor que me vaya... -Se le encoge el pecho al escuchar cómo alza el tono, sintiéndose incomprendida- ... Necesito estar sola. -Murmura, girándose y dejando la manta sobre el sofá con brusquedad, buscando su mirada antes de echar a caminar hacia la entrada.

El mago resopla y camina con rapidez hacia la entrada antes de que salga, empujando la puerta con su mano para que no la abra.

Ella reacciona dejando escapar un bufido, fatigada y mirando al suelo cuando llega hasta él.

- No tengo ganas de discutir. Es de lo que menos tengo ganas hoy. -Murmura con desgana.

- Entonces nos quedaremos en silencio. -Acerca el rostro al ajeno con expresión severa, pareciendo la sentencia más una orden que una propuesta.

sábado, 8 de junio de 2013

Cuatro corazones en un mismo entierro


Tras dejar fuera de combate a un par de magos tenebrosos más y enjaularlos, Gwendolyn sale del interior de la casa en llamas, sin ningún miedo. De nuevo fuera, aprieta los párpados, con gesto gélido y lágrimas resecas maquillando su rostro, sin querer regresar a su casa. Intenta no pensar en lo que ha hecho: sabe que el haber hallado un edificio repleto de mortífagos ha sido un gran golpe, pero a cambio ha asesinado a uno de los oscuros sin pensárselo dos veces; y no es un acto precisamente recompensado dentro del Cuartel General de Aurores.

Se sume durante unos eternos minutos en un estado en el que hacía muchos años que no se encontraba. Sin ser capaz de abrir los ojos y apoyándose en un árbol cercano, contiene el aliento. Siente que el daño se alza tan grande dentro de ella que no es posible que lo esté viviendo de una forma real.

Vuelve al número cuatro de Queensway, su actual residencia, con un simple gesto de aparición, adentrándose en el salón y volviendo a tapar de forma mecánica los cadáveres de sus padres con la blanca y floreada sábana con la que Kollete Dolohov los transportó, ausente. No es con aquella imagen tan lánguida con la que desea quedarse. Prefiere guardar y atesorar todos los momentos compartidos con ellos de cuando era niña: las barbacoas con los amigos, las vacaciones en la playa, los viajes al extranjero, la música favorita de su padre... Él le enseñó una de sus canciones favoritas: 'Hijo de la luna'.

A pesar de encontrarse en un estado casi catatónico logra realizar todos los movimientos de forma metódica: no parece ella. Habitualmente es impulsiva y casi histérica en situaciones similares. Utilizando otro encantamiento convocador, se hace con la medalla en forma de corazón que una vez le regaló su ex-novio Pierre, observándola con detenimiento. La piedra azul del centro brilla con la misma frialdad que padece ella en ese preciso instante.

Se guarda la alhaja en el bolsillo del pantalón, y con la misma expresión de firmeza que ha mantenido durante todo el tiempo, dobla las rodillas, acuclillándose, y agarra a sus padres por las piernas, aferrándose a ellos con fuerza. Con la varita mágica aún en la mano, les hace aparecer en Playa Praia, un lugar en el que está segura de que encontrarán paz.

- Wingardium leviosa... -Susurra, haciendo levitar los cuerpos de sus padres al tiempo que camina hacia una profunda cueva cercana, accesible a pie.

Playa Praia a Mare es una costa de Calabria que la muchacha siempre ha adorado por lo oculta y solitaria que suele estar y por los secretos que se pueden descubrir en sus cuevas. Más de una vez ha paseado por ella y ha disfrutado de la ardiente gravilla, que se le clavaba de forma directa en las plantas de los pies. Y aquel ha sido el primer sitio en el que ha pensado para despedir a sus padres, sin pensárselo dos veces, como si supiera de antemano lo que debía hacer.

En cuanto se interna en la cueva, convierte dos sendas rocas en dos imponentes barcas, y ella misma coloca a sus padres en el interior con cuidado, separándoles sin utilizar la magia. Saca el colgante del fallecido Pierre y une las embarcaciones con él gracias a un sencillo encantamiento, empujándolas hacia el mar. Siente el contraste del frío del agua con la calidez de la sangre, pero se mantiene en el sitio, grabando una frase a golpe de varita en la madera de los improvisados ataúdes: "Eram quod es, eris quod sum".

- Incendio... -Consigue articular el hechizo casi sin voz, rota, observando cómo las embarcaciones salen de la cueva, temblando de forma incontrolable de nuevo.

La desfallecida auror retrocede un par de pasos y se deja caer sobre el suelo de golpe. Rompe a llorar cuando ve cómo los pequeños botes avanzan hacia el infinito horizonte, con el atardecer como fondo. Se tumba sobre la arena, ida, mirando las rocas del techo de la cueva, pasando así el resto de horas de la noche, sin querer moverse, casi sin sentir la bajada de temperatura que transmite el agua en la oscuridad. Siente que ella es la culpable de todo, que debe purgar por todo lo acontecido, y que no merece estar al lado de nadie. Los segundos se transforman en minutos, los minutos en horas, y las horas, en una eternidad.