viernes, 23 de agosto de 2013

La Nueva Orden del Fénix

Un desapacible y chirriante sonido procedente del dormitorio de matrimonio despierta a Ian, que a su vez despabila a Gwendolyn con sus discordantes aullidos y alarma a April, quien sale al pasillo de la casa para ver de dónde procede el ruido.

- Qué pulmones... Desde luego problemas de salud con ellos no va a tener... -Protesta para sí, entrecerrando los claros ojos y tapándose los oídos para evitar quedarse sorda. La joven se incorpora del sillón, aún manchado de café, donde tomaba una profunda siesta. Con expresión desconcertada, gesto desubicado y pelos de loca, se encamina tambaleante hacia el cuarto principal, dejando a April atrás e indicándole con un gesto de cabeza que no se preocupe por nada.

Ubica el pitido, que procede de su viejo baúl de Hogwarts, situado a los pies de la cama grande. Lo abre y revuelve los libros de todos los años, esparciéndolos por el suelo, hasta dar con el título 'Historia de Hogwarts'. Sin entender nada, cierra de golpe la puerta de la habitación para tener intimidad y abre el tomo, dejando que las yemas de los dedos paseen por las páginas hasta detenerse en la número 9, donde se forma un claro mensaje que acaba por desaparecer.

"Los tiempos vuelven a necesitar una reunión de la antigua Orden. Mañana a las 11:30 de la noche en Grimmauld Place, nº 12. La nota desaparecerá en cuanto la hayas leído, recuerda que ahora eres cómplice del encantamiento fidelius, no hables con nadie de esto."

Esboza una sonrisa, primero atónita, después cómplice y finalmente, triunfal. Echaba de menos la acción, y asumiendo que la reunión va a tratar sobre los aeternos, no puede sino alegrarse de una decisión que sabe a ciencia cierta que proviene directamente del Jefe de Cuartel de Aurores: Harry Potter. Se siente orgullosa de pertenecer a la Orden del Fénix. Ya era hora de reaccionar.

sábado, 17 de agosto de 2013

Lux Aeterna conquista Azkaban


Diario 'El Profeta'.

El miedo se traslada a las calles con la fuga de cuatro reos de la gélida prisión de Azkaban. La penitenciaría ha amanecido antes del alba a causa de los rugidos de las olas del mar y de las detonaciones de los cañonazos de un barco con la roja bandera aeterna izada, inaccesible para el bando defensor debido a un hechizo protector. El color carmesí no sólo tiñó sus capas, y la sangre de dos aurores fue vertida en el suelo de la torre.

Muchos años han pasado desde la anterior fuga masiva de Azkaban, dirigida por el Señor Tenebroso y sus adeptos, momento en el que el Mundo Mágico se encerró en sus respectivos hogares, prohibiendo incluso la entrada de las nuevas generaciones en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Un hombre sin temores es una persona sin promesas. Esperanzas que mucha gente sentirá al saber que sus seres queridos han escapado de una prisión de alta seguridad, aunque a ojos de los demás se presenten como monstruos. La única forma de alzarse con la victoria es alimentarse de la ilusión, pues el miedo es el origen de la derrota.

Ante una seguridad tan aterradora y aparentemente aseverada, se genera una incertidumbre consolidada, reabriendo varios focos de debate: ¿se deben volver a asentar a los dementores a las puertas de Azkaban? ¿Funciona el sistema jurisdiccional mágico actual? ¿Es necesario realizar modificaciones en la legislación y endurecer las penas a los prisioneros peligrosos? ¿Está el Ministerio de Magia preparado para posibles futuras ofensivas?

La justicia, a igual que la verdad, depende del punto de vista del que se mire. Algunas personas ven a un fiel guerrero esgrimiendo un ideal, mientras que otras, ven a un criminal recibiendo un merecido castigo. Sin embargo, ¿no es acaso la justicia ciega? Todo el mundo cree tener la razón, y tal vez, nadie la posee. El poder, al fin y al cabo, no reside ni en el bien ni en el mal, sino en aquellos individuos capaces de deslizar los límites sin conciencia ni pudor.

miércoles, 14 de agosto de 2013

De bruja a gata

Su blanca lechuza moteada perteneciente a la especie Bubo Scandiacus, Ninfa, le lanza miradas asesinas desde el respaldo de madera de la silla donde se ha posado.  Es consciente de que tiene varias cartas por responder, y de que son urgentes, pero no se encuentra precisamente de humor.

- No me mires así... -Le reprocha Gwendolyn, dibujando un infantil puchero en sus labios- ... Necesito descansar un poco. Y tú también necesitas un baño. -Añade con severidad al percatarse de que su blanco plumaje ha adquirido un sucio tono roto.

Atraviesa el salón descalza, sintiendo en las plantas de los pies cómo el frío estabiliza su cuerpo, cálido a causa de las altas temperaturas veraniegas. El único pergamino que reposa desdoblado sobre la mesa junto a otros tres perfectamente plegados desde hace días es el enviado por su primo Niall, y al que no se ha atrevido a contestar.

Se adentra en el cuarto de baño y cierra la puerta tras de sí con el pie, abriendo el grifo de la bañera. Tras medir la temperatura adecuada del agua con el dorso de la mano, la deja correr y la estanca con el tapón, vertiendo un jabón especial.

Desata el cinturón del albornoz que la recubre, dejando que el impoluto algodón ruede poco a poco por su piel hasta caer completamente al suelo, en lo que parece un streaptease a la nada. Cierra los ojos para adentrarse en el cálido líquido, introduciendo primero un pie y luego el otro, momento en el que la relajación que sufren sus músculos se hace palpable, siendo invadida por una total sensación de bienestar. Se agacha, dejándose caer sobre el agua y sentándose sobre la acrílica superficie de la tina.

Al ser engullida por la picante espuma, baja la cabeza, quedando por debajo del nivel del agua. Permanece unos eternos segundos bajo él, instantes que para ella se hacen cortos, pues adora todo lo que aquel elemento le transmite: paz, tranquilidad y serenidad.

Cuando una bocanada de oxígeno llena de nuevo sus cuerpo, se retira el chorreante cabello hacia atrás, quitándose el jabón que se le ha adherido al rostro y tumbándose bocarriba con las rodillas flexionadas. Baja los párpados fuertemente de nuevo, apretándolos como si así sus problemas fueran a evaporarse tan rápido como la calidez del agua.

Alcanza la varita que ha dejado a un lado de la repisa de la bañera, para encender dos velas aromáticas que se encuentran tras su cabeza, en el mismo apoyo. Suelta la vara de madera de nuevo, aspirando y tratando de sentir la esencia a rosas de las candelas, impregnándose en ella.

Envuelta en tan deliciosa fragancia, y dejando que el agua se incruste en cada  poro de su piel, trata de poner en práctica el ejercicio que le prometió a Hermione que haría en su último encuentro: concentrarse en lograr una emoción gatuna.

El baño la ha relajado lo suficiente como para, aún sumida en la completa oscuridad de sus ojos, intentar sentir repulsión hacia tan gratificante momento. Se concentra al máximo, frunciendo el ceño en el empeño y provocando que una de sus cejas palpite de esfuerzo.

Tras unos breves momentos en los que parece escuchar hasta el tic-tac de las manecillas del reloj del salón a través de la soberbia puerta de madera que la separa del mismo, el ahínco de su  trabajo se ve recompensado: nota cómo el impulso de incorporarse de un brinco y saltar al exterior de la bañera se hace latente en cada nervio de su figura. Abre los ojos de golpe al notar cómo su instinto y sus gustos cambian, y perfila una sonrisa de orgullo y victoria.

- Por fin... -Murmura para sí en voz baja. Ha logrado dejar atrás el plano físico y adoptar las costumbres de un gato, lo que le indica que la transformación completa a animaga está muy cerca.

Se levanta y deja que la espuma caiga por su cuerpo, envolviéndose de nuevo en el batín sin abandonar el gesto de vanidad. Desobstruye la bañera, permitiendo que se vacíe de forma lenta.

- Ya queda menos... -Susurra con arrogancia- A un paso de ser animaga.